Lo que Dios Da (Parte 1) ~ Confiar en Dios en Medio del Miedo


     Esforzaos y esfuércese vuestro corazón todos los que esperáis en el SEÑOR.  (Salmos 31:24)

     Al Vencedor: a los hijos de Coré: Salmo sobre Alamot. Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos aunque la tierra sea removida; aunque se traspasen los montes al corazón del mar.  (Salmos 46:1-2) 

     Porque no nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza.  (2 Timoteo 1:7) 

     Carísimos, amémonos unos a otros; porque la caridad es de Dios. Cualquiera que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. Y nosotros hemos conocido y creído la caridad que Dios tiene en nosotros. Dios es caridad; y el que permanece en caridad, permanece en Dios, y Dios en él. En la caridad no hay temor; mas la perfecta caridad echa fuera el temor; porque el temor tiene pena; de donde el que teme, no está completo en caridad.  (1 Juan 4:7, 16, 18)

     Porque esta es la caridad de Dios, que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo aquello que es nacido de Dios, vence al mundo; y esta es la victoria que vence al mundo, es a saber nuestra fe.  (1 Juan 5:3-4)

     El Señor te invita,  Y llámame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.  (Salmos 50:15)

     Jesús dice,  Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.  (Mateo 11:28-30)

Salmos 91
(1) El que habita en el escondedero del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.
(2) Dirá al SEÑOR: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, me aseguraré en él.
(3) Y él te librará del lazo del cazador; de la mortandad que todo asuela.
(4) Con su ala te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad.
(5) No tendrás temor de espanto nocturno, ni de saeta que vuele de día;
(6) ni de pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que destruya al mediodía.
(7) Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; pero a ti no llegará.
(8) Ciertamente con tus ojos mirarás, y verás la recompensa de los impíos.
(9) Porque tú, oh SEÑOR, eres mi esperanza; y al Altísimo has puesto por tu habitación,
(10) no se ordenará para ti mal, ni plaga tocará tu morada.
(11) Porque a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos.
(12) En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra.
(13) Sobre el león y el basilisco pisarás; hollarás al cachorro del león, y al dragón.
(14) Por cuanto en mí ha puesto su voluntad, yo también lo libraré; lo pondré en alto, por cuanto ha conocido mi Nombre. 
(15) Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré, y le glorificaré.
(16) Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salud (salvación).

El Divino Pastor

Jesús dice: "YO SOY el buen pastor."
Este artículo está basado en Juan 10:1-30.

     “YO SOY el buen pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas.” “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen. Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre, y pongo mi vida por las ovejas.” 

     De nuevo Jesús halló acceso a la mente de sus oyentes por medio de las cosas con las que estaban familiarizados. Había comparado la influencia del Espíritu al agua fresca, refrigerante. Se había representado por la luz, fuente de vida y alegría para la naturaleza y el hombre. Ahora, mediante un hermoso cuadro pastoril, representó su relación con los que creían en él. Ningún cuadro era más familiar que éste para sus oyentes y las palabras de Cristo lo vincularon para siempre con él mismo. Nunca mirarían los discípulos a los pastores que cuidasen sus rebaños sin recordar la lección del Salvador. Verían a Cristo en cada pastor fiel. Se verían a sí mismos en cada rebaño indefenso y dependiente. 

     El profeta Isaías había aplicado esta figura a la misión del Mesías, en las alentadoras palabras: “Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sión; levanta fuertemente tu voz, anunciadora en Jerusalem; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Veis aquí el Dios vuestro! ... Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo cogerá los corderos, y en su seno los llevará.” Isaías 40:9-11. David había cantado: “Jehová es mi pastor; nada me faltará.” El Espíritu Santo había declarado por Ezequiel: “Y despertaré sobre ellas un pastor, y él las apacentará.” “Yo buscaré la perdida, y tornaré la amontada, y ligaré la perniquebrada, y corroboraré la enferma.” “Y estableceré con ellos pacto de paz.” “Y no serán más presa de las gentes, ... sino que habitarán seguramente, y no habrá quien espante.” Salmos 23:1; Ezequiel 34:23, 16, 25, 28. 

     Cristo aplicó estas profecías a sí mismo, y mostró el contraste que había entre su carácter y el de los dirigentes de Israel. Los fariseos acababan de echar a uno del redil porque había osado testificar del poder de Cristo. Habían excomulgado a un alma a la cual el verdadero Pastor estaba atrayendo. Así habían demostrado que desconocían la obra a ellos encomendada, y que eran indignos del cargo de pastores del rebaño. Jesús les presentó el contraste que existía entre ellos y el buen Pastor, y se declaró el verdadero guardián del rebaño del Señor. Antes de hacerlo, sin embargo, habló de sí mismo empleando otra figura. 

     Dijo: “El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, mas sube por otra parte, el tal es ladrón y robador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.” Los fariseos no percibieron que estas palabras iban dirigidas contra ellos. Mientras razonaban en su corazón en cuanto al significado, Jesús les dijo claramente: “Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” 

     Cristo es la puerta del redil de Dios. Por esta puerta todos sus hijos, desde los más remotos tiempos, han hallado entrada. En Jesús, como estaba presentado en los tipos, prefigurado en los símbolos, manifestado en la revelación de los profetas, revelado en las lecciones dadas a sus discípulos, y en los milagros obrados en favor de los hijos de los hombres, ellos han contemplado al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo,” (Juan 1:29) y por él son introducidos en el redil de su gracia. Se han presentado muchos otros objetos de fe en el mundo; se han ideado ceremonias y sistemas por los cuales los hombres esperan recibir justificación y paz para con Dios, y hallar así entrada en su redil. Pero la única puerta es Cristo, y todos los que han interpuesto alguna otra cosa para que ocupe el lugar de Cristo, todos los que han procurado entrar en el redil de alguna otra manera, son ladrones y robadores. 

     Los fariseos no habían entrado por la puerta. Habían subido al corral por otro camino que no era      Cristo, y no estaban realizando el trabajo del verdadero pastor. Los sacerdotes y gobernantes, los escribas y fariseos destruían los pastos vivos y contaminaban los manantiales del agua de vida. Las fieles palabras de la Inspiración describen a esos falsos pastores: “No corroborasteis las flacas, ni curasteis la enferma: no ligasteis la perniquebrada, ni tornasteis la amontada, ni buscasteis la perdida; sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia.” Ezequiel 34:4. 

     Durante todos los siglos, los filósofos y maestros han estado presentando al mundo teorías para satisfacer la necesidad del alma. Cada nación pagana ha tenido sus grandes maestros y sus sistemas religiosos que han ofrecido otros medios de redención que Cristo, han apartado los ojos de los hombres del rostro del Padre y han llenado los corazones de miedo a Aquel que les había dado solamente bendiciones. Su obra tiende a despojar a Dios de aquello que le pertenece por la creación y por la redención. Y esos falsos maestros roban asimismo a los hombres. Millones de seres humanos están sujetos a falsas religiones, en la esclavitud del miedo abyecto, de la indiferencia estólida, trabajando duramente como bestias de carga, despojados de esperanza o gozo o aspiración aquí, y dominados tan sólo por un sombrío temor de lo futuro. Solamente el Evangelio de la gracia de Dios puede elevar el alma. La contemplación del amor de Dios manifestado en su Hijo conmoverá el corazón y despertará las facultades del alma como ninguna otra cosa puede hacerlo. Cristo vino para crear de nuevo en el hombre la imagen de Dios; y cualquiera que aleje a los hombres de Cristo los aleja de la fuente del verdadero desarrollo; los despoja de la esperanza, el propósito y la gloria de la vida. Es ladrón y robador. 

     “El que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.” Cristo es la puerta y también el pastor. El entra por sí mismo. Es por su propio sacrificio como llega a ser pastor de las ovejas. “A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz: y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y como ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.” 

     De todas las criaturas, la oveja es una de las más tímidas e indefensas, y en el Oriente el cuidado del pastor por su rebaño es incansable e incesante. Antiguamente, como ahora, había poca seguridad fuera de las ciudades amuralladas. Los merodeadores de las tribus errantes, o las bestias feroces que tenían sus guaridas entre las rocas, acechaban para saquear los rebaños. El pastor velaba por su rebaño, sabiendo que lo hacía con peligro de su propia vida. Jacob, que cuidaba los rebaños de Labán en los campos de Harán, dice, describiendo su infatigable labor: “De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño se huía de mis ojos.” Génesis 31:40. Y fué mientras cuidaba las ovejas de su padre, cuando el joven David, sin ayuda, hacía frente al león y al oso, y arrebataba de entre sus colmillos el cordero robado. 

     Mientras el pastor guía su rebaño por sobre las colinas rocosas, a través de los bosques y de las hondonadas desiertas, a los rincones cubiertos de pastos junto a la ribera de los ríos; mientras lo cuida en las montañas durante las noches solitarias, lo protege de los ladrones y con ternura atiende a las enfermizas y débiles, su vida se unifica con la de sus ovejas. Un fuerte lazo de cariño lo une a los objetos de su cuidado. Por grande que sea su rebaño, él conoce cada oveja. Cada una tiene su nombre, al cual responde cuando la llama el pastor. 

     Como un pastor terrenal conoce sus ovejas, así el divino Pastor conoce su rebaño, esparcido por el mundo. “Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice el Señor Jehová.” Jesús dice: “Te puse nombre, mío eres tú.” “He aquí que en las palmas te tengo esculpida.” Ezequiel 34:31; Isaías 43:1; 49:16. 

     Jesús nos conoce individualmente, y se conmueve por el sentimiento de nuestras flaquezas. Nos conoce a todos por nombre. Conoce la casa en que vivimos, y el nombre de cada ocupante. Dió a veces instrucciones a sus siervos para que fueran a cierta calle en cierta ciudad, a tal casa, para hallar a una de sus ovejas. 

     Cada alma es tan plenamente conocida por Jesús como si fuera la única por la cual el Salvador murió. Las penas de cada uno conmueven su corazón. El clamor por auxilio penetra en su oído. El vino para atraer a todos los hombres a sí. Los invita: “Seguidme,” y su Espíritu obra en sus corazones para inducirlos a venir a él. Muchos rehusan ser atraídos. Jesús conoce quiénes son. Sabe también quiénes oyen alegremente u llamamiento y están listos para colocarse bajo su cuidado pastoral. El dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.” Cuida a cada una como si no hubiera otra sobre la haz de la tierra. 

     “A sus ovejas llama por nombre, y las saca; ... y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.” Los pastores orientales no arrean sus ovejas. No se valen de la fuerza o del miedo, sino que van delante y las llaman. Ellas conocen su voz, y obedecen el llamado. Así hace con sus ovejas el Salvador y Pastor. La Escritura dice: “Condujiste a tu pueblo como ovejas, por mano de Moisés y de Aarón.” Por el profeta, Jesús declara: “Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con misericordia.” El no obliga a nadie a seguirle. “Con cuerdas humanas los traje—dice,—con cuerdas de amor.” Salmos 77:20; Jeremías 31:3; Oseas 11:4. 

     No es el temor al castigo, o la esperanza de la recompensa eterna, lo que induce a los discípulos de Cristo a seguirle. Contemplan el amor incomparable del Salvador, revelado en su peregrinación en la tierra, desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, y la visión del Salvador atrae, enternece y subyuga el alma. El amor se despierta en el corazón de los que lo contemplan. Ellos oyen su voz, y le siguen. 

      Como el pastor va delante de sus ovejas y es el primero que hace frente a los peligros del camino, así hace Jesús con su pueblo. “Y como ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas.” El camino al cielo está consagrado por las huellas del Salvador. La senda puede ser empinada y escabrosa, pero Jesús ha recorrido ese camino; sus pies han pisado las crueles espinas, para hacernos más fácil el camino. El mismo ha soportado todas las cargas que nosotros estamos llamados a soportar. 

     Aunque ascendió a la presencia de Dios y comparte el trono del universo, Jesús no ha perdido nada de su naturaleza compasiva. Hoy el mismo tierno y simpatizante corazón está abierto a todos los pesares de la humanidad. Hoy las manos que fueron horadadas se extienden para bendecir abundantemente a su pueblo que está en el mundo. “No perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano.” El alma que se ha entregado a Cristo es más preciosa a sus ojos que el mundo entero. El Salvador habría pasado por la agonía del Calvario para que uno solo pudiera salvarse en su reino. Nunca abandona a un alma por la cual murió. A menos que sus seguidores escojan abandonarle, él los sostendrá siempre. 

      En todas nuestras pruebas, tenemos un Ayudador que nunca nos falta. El no nos deja solos para que luchemos con la tentación, batallemos contra el mal, y seamos finalmente aplastados por las cargas y tristezas. Aunque ahora esté oculto para los ojos mortales, el oído de la fe puede oír su voz que dice: No temas; yo estoy contigo. Yo soy “el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos.” Apocalipsis 1:18. He soportado vuestras tristezas, experimentado vuestras luchas, y hecho frente a vuestras tentaciones. Conozco vuestras lágrimas; yo también he llorado. Conozco los pesares demasiado hondos para ser susurrados a ningún oído humano. No penséis que estáis solitarios y desamparados. Aunque en la tierra vuestro dolor no toque cuerda sensible alguna en ningún corazón, miradme a mí, y vivid. “Porque los montes se moverán, y los collados temblarán; mas no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti.” Isaías 54:10. 

     Por mucho que un pastor pueda amar a sus ovejas, Jesús ama aún más a sus hijos e hijas. No es solamente nuestro pastor; es nuestro “Padre eterno.” Y él dice: “Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen. Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre.” Juan 10:14, 15. ¡Qué declaración! Es el Hijo unigénito, el que está en el seno del Padre, a quien Dios ha declarado ser “el hombre compañero mío;” (Zacarías 13:7) y presenta la comunión que hay entre él y el Padre como figura de la que existe entre él y sus hijos en la tierra. 

     Jesús nos ama porque somos el don de su Padre y la recompensa de su trabajo. El nos ama como a hijos suyos. Lector, él te ama a ti. El Cielo mismo no puede otorgar nada mayor, nada mejor; por tanto, confía. 

     Jesús pensó en todas las almas de la tierra, que estaban engañadas por los falsos pastores. Aquellas a quienes él anhelaba reunir como ovejas de su prado estaban esparcidas entre lobos, y dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también me conviene traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.” Juan 10:16. 

     “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.” Es decir, mi Padre os ama tanto, que me ama aun más porque doy mi vida para redimiros. Al hacerme vuestro substituto y fiador, mediante la entrega de mi vida, tomando vuestras obligaciones, vuestras transgresiones, se encarece el amor de mi Padre hacia mí. 

     “Pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.” Mientras, como miembro de la familia humana, era mortal, como Dios, era la fuente de la vida para el mundo. Hubiera podido resistir el avance de la muerte y rehusar ponerse bajo su dominio; pero voluntariamente puso su vida para sacar a luz la vida y la inmortalidad. Cargó con el pecado del mundo, soportó su maldición, entregó su vida en sacrificio, para que los hombres no muriesen eternamente. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores.... Mas él herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” Isaías 53:4-6. 

“Dios Con Nosotros”

“Y Será llamado su nombre Emmanuel; ... Dios con nosotros.” “La luz del conocimiento de la gloria de Dios,” se ve “en el rostro de Jesucristo.” Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era “la imagen de Dios,” la imagen de su grandeza y majestad, “el resplandor de su gloria.” Vino a nuestro mundo para manifestar esta gloria. Vino a esta tierra obscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios, para ser “Dios con nosotros.” Por lo tanto, fué profetizado de él: “Y será llamado su nombre Emmanuel.” 

     Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. El era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: “Yo les he manifestado tu nombre”—“misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad,”—“para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.” Pero no sólo para sus hijos nacidos en la tierra fué dada esta revelación. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor, es el tema en el cual “desean mirar los ángeles,” y será su estudio a través de los siglos sin fin. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del renunciamiento por amor es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que “no busca lo suyo” tiene su fuente en el corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se manifiesta el carácter de Aquel que mora en la luz inaccesible al hombre. 

     Al principio, Dios se revelaba en todas las obras de la creación. Fué Cristo quien extendió los cielos y echó los cimientos de la tierra. Fué su mano la que colgó los mundos en el espacio, y modeló las flores del campo. El “asienta las montañas con su fortaleza,” “suyo es el mar, pues que él lo hizo.” Salmos 65:6; 95:5. Fué él quien llenó la tierra de hermosura y el aire con cantos. Y sobre todas las cosas de la tierra, del aire y el cielo, escribió el mensaje del amor del Padre. 

     Aunque el pecado ha estropeado la obra perfecta de Dios, esa escritura permanece. Aun ahora todas las cosas creadas declaran la gloria de su excelencia. Fuera del egoísta corazón humano, no hay nada que viva para sí. No hay ningún pájaro que surca el aire, ningún animal que se mueve en el suelo, que no sirva a alguna otra vida. No hay siquiera una hoja del bosque, ni una humilde brizna de hierba que no tenga su utilidad. Cada árbol, arbusto y hoja emite ese elemento de vida, sin el cual no podrían sostenerse ni el hombre ni los animales; y el hombre y el animal, a su vez, sirven a la vida del árbol y del arbusto y de la hoja. Las flores exhalan fragancia y ostentan su belleza para beneficio del mundo. El sol derrama su luz para alegrar mil mundos. El océano, origen de todos nuestros manantiales y fuentes, recibe las corrientes de todas las tierras, pero recibe para dar. Las neblinas que ascienden de su seno, riegan la tierra, para que produzca y florezca. 

     Los ángeles de gloria hallan su gozo en dar, dar amor y cuidado incansable a las almas que están caídas y destituídas de santidad. Los seres celestiales desean ganar el corazón de los hombres; traen a este obscuro mundo luz de los atrios celestiales; por un ministerio amable y paciente, obran sobre el espíritu humano, para poner a los perdidos en una comunión con Cristo aun más íntima que la que ellos mismos pueden conocer. 

     Pero apartándonos de todas las representaciones menores, contemplamos a Dios en Jesús. Mirando a Jesús, vemos que la gloria de nuestro Dios consiste en dar. “Nada hago de mí mismo,” dijo Cristo; “me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre.” “No busco mi gloria,” sino la gloria del que me envió. Juan 8:28; 6:57; 8:50; 7:18. En estas palabras se presenta el gran principio que es la ley de la vida para el universo. Cristo recibió todas las cosas de Dios, pero las recibió para darlas. Así también en los atrios celestiales, en su ministerio en favor de todos los seres creados, por medio del Hijo amado fluye a todos la vida del Padre; pormedio del Hijo vuelve, en alabanza y gozoso servicio, como una marea de amor, a la gran Fuente de todo. Y así, por medio de Cristo, se completa el circuito de beneficencia, que representa el carácter del gran Dador, la ley de la vida. 

     Esta ley fué quebrantada en el cielo mismo. El pecado tuvo su origen en el egoísmo. Lucifer, el querubín protector, deseó ser el primero en el cielo. Trató de dominar a los seres celestiales, apartándolos de su Creador, y granjearse su homenaje. Para ello, representó falsamente a Dios, atribuyéndole el deseo de ensalzarse. Trató de investir al amante Creador con sus propias malas características. Así engañó a los ángeles. Así sedujo a los hombres. Los indujo a dudar de la palabra de Dios, y a desconfiar de su bondad. Por cuanto Dios es un Dios de justicia y terrible majestad, Satanás los indujo a considerarle como severo e inexorable. Así consiguió que se uniesen con él en su rebelión contra Dios, y la noche de la desgracia se asentó sobre el mundo. 

     La tierra quedó obscura porque se comprendió mal a Dios. A fin de que pudiesen iluminarse las lóbregas sombras, a fin de que el mundo pudiera ser traído de nuevo a Dios, había que quebrantar el engañoso poder de Satanás. Esto no podía hacerse por la fuerza. El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno de Dios; él desea tan sólo el servicio de amor; y el amor no puede ser exigido; no puede ser obtenido por la fuerza o la autoridad. El amor se despierta únicamente por el amor. El conocer a Dios es amarle; su carácter debe ser manifestado en contraste con el carácter de Satanás. En todo el universo había un solo ser que podía realizar esta obra. Únicamente Aquel que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía darlo a conocer. Sobre la obscura noche del mundo, debía nacer el Sol de justicia, “trayendo salud eterna en sus alas.” Malaquías 4:2. 

     El plan de nuestra redención no fué una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fué una revelación “del misterio que por tiempos eternos fué guardado en silencio.” Romanos 16:25. Fué una manifestación de los principios que desde edades eternas habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fué su amor por el mundo, que se comprometió a dar a su Hijo unigénito “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16. 

     Lucifer había dicho: “Sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi trono, ... seré semejante al Altísimo.” Isaías 14:13, 14. Pero Cristo, “existiendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que debía aferrarse; sino que se desprendió de ella, tomando antes la forma de un siervo, siendo hecho en semejanza de los hombres.” Filipenses 2:6, 7.  

     Este fué un sacrificio voluntario. Jesús podría haber permanecido al lado del Padre. Podría haber conservado la gloria del cielo, y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos del Padre, y bajar del trono del universo, a fin de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían. 

     Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz de significado misterioso que, partiendo del trono de Dios, decía: “He aquí yo vengo.” “Sacrificio y ofrenda, no los quisiste; empero un cuerpo me has preparado.... He aquí yo vengo (en el rollo del libro está escrito de mí), para hacer, oh Dios, tu voluntad.” Hebreos 10:5-7. En estas palabras se anunció el cumplimiento del propósito que había estado oculto desde las edades eternas. Cristo estaba por visitar nuestro mundo, y encarnarse. El dice: “Un cuerpo me has preparado.” Si hubiese aparecido con la gloria que tenía con el Padre antes que el mundo fuese, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. A fin de que pudiésemos contemplarla y no ser destruídos, la manifestación de su gloria fué velada. Su divinidad fué cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó forma humana visible. 

     Este gran propósito había sido anunciado por medio de figuras y símbolos. La zarza ardiente, en la cual Cristo apareció a Moisés, revelaba a Dios. El símbolo elegido para representar a la Divinidad era una humilde planta que no tenía atractivos aparentes. Pero encerraba al Infinito. El Dios que es todo misericordia velaba su gloria en una figura muy humilde, a fin de que Moisés pudiese mirarla y sobrevivir. Así también en la columna de nube de día y la columna de fuego de noche, Dios se comunicaba con Israel, les revelaba su voluntad a los hombres, y les impartía su gracia. La gloria de Dios estaba suavizada, y velada su majestad, a fin de que la débil visión de los hombres finitos pudiese contemplarla. Así Cristo había de venir en “el cuerpo de nuestra bajeza” (Filipenses 3:21), “hecho semejante a los hombres.” A los ojos del mundo, no poseía hermosura que lo hiciese desear; sin embargo era Dios encarnado, la luz del cielo y de la tierra. Su gloria estaba velada, su grandeza y majestad ocultas, a fin de que pudiese acercarse a los hombres entristecidos y tentados. 

     Dios ordenó a Moisés respecto a Israel: “Hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos” (Éxodo 25:8), y moraba en el santuario en medio de su pueblo. Durante todas sus penosas peregrinaciones en el desierto, estuvo con ellos el símbolo de su presencia. Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano. Hincó su tienda al lado de la tienda de los hombres, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida y carácter divinos. “Aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” Juan 1:14. 

     Desde que Jesús vino a morar con nosotros, sabemos que Dios conoce nuestras pruebas y simpatiza con nuestros pesares. Cada hijo e hija de Adán puede comprender que nuestro Creador es el amigo de los pecadores. Porque en toda doctrina de gracia, toda promesa de gozo, todo acto de amor, toda atracción divina presentada en la vida del Salvador en la tierra, vemos a “Dios con nosotros.” 

     Satanás representa la divina ley de amor como una ley de egoísmo. Declara que nos es imposible obedecer sus preceptos. Imputa al Creador la caída de nuestros primeros padres, con toda la miseria que ha provocado, e induce a los hombres a considerar a Dios como autor del pecado, del sufrimiento y de la muerte. Jesús había de desenmascarar este engaño. Como uno de nosotros, había de dar un ejemplo de obediencia. Para esto tomó sobre sí nuestra naturaleza, y pasó por nuestras vicisitudes. “Por lo cual convenía que en todo fuese semejado a sus hermanos.” Si tuviésemos que soportar algo que Jesús no soportó, en este detalle Satanás representaría el poder de Dios como insuficiente para nosotros. Por lo tanto, Jesús fué“tentado en todo punto, así como nosotros.” Hebreos 2:17; 4:15. Soportó toda prueba a la cual estemos sujetos. Y no ejerció en favor suyo poder alguno que no nos sea ofrecido generosamente. Como hombre, hizo frente a la tentación, y venció en la fuerza que Dios le daba. El dice: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón.” Salmos 40:8. Mientras andaba haciendo bien y sanando a todos los afligidos de Satanás, demostró claramente a los hombres el carácter de la ley de Dios y la naturaleza de su servicio. Su vida testifica que para nosotros también es posible obedecer la ley de Dios. 

     Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios. Como Hijo del hombre, nos dió un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios, nos imparte poder para obedecer. Fué Cristo quien habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: “YO SOY EL QUE SOY.... Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros.” Éxodo 3:14. Tal era la garantía de la liberación de Israel. Asimismo cuando vino “en semejanza de los hombres,” se declaró el YO SOY. El Niño de Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios, “manifestado en carne.” 1 Timoteo 3:16. Y a nosotros nos dice: “‘YO SOY el buen pastor.’ ‘YO SOY el pan vivo.’ ‘YO SOY el camino, y la verdad, y la vida.’ ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.’ Juan 10:11; 6:51; 14:6; Mateo 28:18. ‘YO SOY la seguridad de toda promesa.’ ‘YO SOY; no tengáis miedo.’” “Dios con nosotros” es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del cielo. 

     Al condescender a tomar sobre sí la humanidad, Cristo reveló un carácter opuesto al carácter de Satanás. Pero se rebajó aun más en la senda de la humillación. “Hallado en la condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” Filipenses 2:8. Así como el sumo sacerdote ponía a un lado sus magníficas ropas pontificias, y oficiaba en la ropa blanca de lino del sacerdote común, así también Cristo tomó forma de siervo, y ofreció sacrificio, siendo él mismo a la vez el sacerdote y la víctima. “El herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él.” Isaías 53:5. 

     Cristo fué tratado como nosotros merecemos a fin de que nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fué condenado por nuestros pecados, en los que no había participado, a fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por su justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la muerte nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida suya. “Por su llaga fuimos nosotros curados.” Isaías 53:5. 

     Por su vida y su muerte, Cristo logró aun más que restaurar lo que el pecado había arruinado. Era el propósito de Satanás conseguir una eterna separación entre Dios y el hombre; pero en Cristo llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios que si nunca hubiésemos pecado. Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades eternas, queda ligado con nosotros. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito.” Juan 3:16. Lo dió no sólo para que llevase nuestros pecados y muriese como sacrificio nuestro; lo dió a la especie caída. Para asegurarnos los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios dió a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana. Tal es la garantía de que Dios cumplirá su promesa. “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro.” Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo. Es “el Hijo del hombre” quien comparte el trono del universo. Es “el Hijo del hombre” cuyo nombre será llamado: “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.” Isaías 9:6. El YO SOY es el Mediador entre Dios y la humanidad, que pone su mano sobre ambos. El que es “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores,” no se avergüenza de llamarnos hermanos. Hebreos 7:26; 2:11.  En Cristo, la familia de la tierra y la familia del cielo están ligadas. Cristo glorificado es nuestro hermano. El cielo está incorporado en la humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno del Amor Infinito. 

     Acerca de su pueblo, Dios dice: “Serán como piedras de una diadema, relumbrando sobre su tierra. ¡Porque cuán grande es su bondad! ¡y cuán grande es su hermosura!” Zacarías 9:16, 17. La exaltación de los redimidos será un testimonio eterno de la misericordia de Dios. “En los siglos venideros,” él revelará “la soberana riqueza de su gracia, en su bondad para con nosotros en Jesucristo.” “A fin de que ... sea dado a conocer a las potestades y a las autoridades en las regiones celestiales, la multiforme sabiduría de Dios, de conformidad con el propósito eterno que se había propuesto en Cristo Jesús, Señor nuestro.” Efesios 2:7; 3:10, 11. 

     Por medio de la obra redentora de Cristo, el gobierno de Dios queda justificado. El Omnipotente es dado a conocer como el Dios de amor. Las acusaciones de Satanás quedan refutadas y su carácter desenmascarado. La rebelión no podrá nunca volverse a levantar. El pecado no podrá nunca volver a entrar en el universo. A través de las edades eternas, todos estarán seguros contra la apostasía. Por el sacrificio abnegado del amor, los habitantes de la tierra y del cielo quedarán ligados a su Creador con vínculos de unión indisoluble.

     La obra de la redención estará completa. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia de Dios. La tierra misma, el campo que Satanás reclama como suyo, ha de quedar no sólo redimida sino exaltada. Nuestro pequeño mundo, que es bajo la maldición del pecado la única mancha obscura de su gloriosa creación, será honrado por encima de todos los demás mundos en el universo de Dios. Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en forma humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió; aquí, cuando renueve todas las cosas, estará el tabernáculo de Dios con los hombres, “morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos.” Y a través de las edades sin fin, mientras los redimidos anden en la luz del Señor, le alabarán por su Don inefable: --Emmanuel; “Dios con nosotros.”